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Claves para ser un líder que predica con el ejemplo

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Los jefes son seres humanos que reconocen sus errores y aprenden a gestionarlos. Foto:blogspot.com

Como padre de familia a menudo me lleno de curiosidad por las maneras de ser de mis hijos. Casi por acto de magia -o al menos así me parece- ellos replican lo mejor y lo peor de mí y de su madre: mi hijo es noble, inteligente y nervioso; mi hija, en cambio, es carismática, sociable y enojona.

Que esto sea así es en parte obvio, puesto que tienen nuestros genes y por ende, la predisposición biológica a ser de maneras similares a nosotros. Sin embargo, esto va mucho más allá de un tema genético, puesto que no solo reaccionan a las situaciones de la vida de manera similar sino sorprendentemente igual, cual si lo hubieran aprendido.
Si hago memoria y estoy presente a mis maneras diarias de ser, puedo recordar instancias en las que he actuado exactamente igual a cómo actualmente son mi hijo y mi hija. Recuerdo, por ejemplo, la última vez que me puse a ayudarle a mi hijo a armar un juguete y cómo me desesperé rápidamente y abandoné el proyecto.

Por otro lado, recuerdo también la última ocasión en la que me enojé, mientras mi hija me observaba, porque la situación no era como yo quería. No es de extrañarse, entonces, que mi hijo se frustre rápidamente con tareas que no domina y mi hija se enoje cuando no obtiene lo que quiere. No importa cuántas veces les pida que sean pacientes y tranquilos, que se esfuercen más o acepten las cosas como son, mis palabras palidecen en comparación con mi ejemplo.

Esta realidad no es muy diferente con nuestros empleados y colaboradores. Es cierto que ellos no son nuestros hijos y no tienen nuestra misma disposición genética. Además, uno podría pensar: ellos son adultos y saben -o deberían saber- qué es correcto y qué no, por lo que deben actuar apropiadamente independientemente de lo que su lídere haga.

La mejor, y probablemente la única, manera de influenciar es a través del ejemplo.

La verdad, nos guste o no, es que no es así. Los seres humanos tenemos una inmensa necesidad intrínseca de ser aceptados, de pertenecer y de vernos bien y evitar vernos mal. Así las cosas, vamos por la vida observando a los demás para determinar las maneras en las que nos deberíamos de comportar, tomando el ejemplo de otros. Esta influencia se acrecienta especialmente si estos otros, tienen autoridad formal o informal en nuestras vidas, como lo es el caso de nuestro grupo, jefe o líder.

Muchas veces influimos en otros de manera negativa e inconsciente, proporcionando ejemplos que no ayudan a construir el tipo de cultura que deseamos ni los resultados que buscamos.

Algunos ejemplos de esto incluyen: llegar tarde, justificarse y culpar a otros o a las circunstancias cuando algo sale mal, conspirar contra otros, quejarse, ser insensibles a nuestro impacto en los demás, etc. Esto generalmente lo hacemos de manera inconsciente; es decir, no sabemos que lo estamos haciendo y el impacto tan destructivo que tiene.

A continuación te sugerimos 3 prácticas para darte cuenta de tus maneras de ser, manejarlas poderosamente e influir positivamente en otros.

1. Ten conciencia de tus palabras, acciones y comportamientos

El primer paso para poder ser un buen ejemplo para los demás es estar consciente de ti mismo, de manera que puedas manejarte: deteniendo tus comportamientos destructivos y fortaleciendo tus comportamientos constructivos. Estar consciente no te dará la capacidad de manejarlos inmediatamente, pero definitivamente es primordial para poder hacerlo con el tiempo.

Siempre estamos influyendo en otros, ya sea para bien o para mal y nos demos cuenta de ello o no.

2. Determina y modela los comportamientos deseados

Si el ejemplo es la única manera de enseñar, entonces es esencial que determines primero qué es lo que quieres enseñarle a tu gente y después te des a la tarea de modelarlo, lo cual implica ser un modelo a seguir.

3. Limpia y redirige cualquier ejemplo destructivo

Como seres humanos, es un hecho que nos vamos a equivocar y, en ocasiones, regresaremos a dar un mal ejemplo. En esos momentos, es imprescindible que limpies (te disculpes, repares el daño y hagas una promesa sobre el futuro) cualquier impacto negativo que tus palabras, acciones o comportamientos hayan tenido y redirijas (pares la acción, distingas y respetuosamente llames a cuentas a otros) el de los demás.

Lo peor que puedes hacer en esos momentos es saltarte el hecho y continuar como si nada hubiera pasado, puesto que ello comunica, en esencia, que el mal ejemplo dado no representa problema alguno.

Fuente:Altonivel

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