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Los secretos del déficit

Foto:Americaeconomía

Qué pasaría si equilibrasen el presupuesto y nadie lo supiese o a nadie le importase? De acuerdo, el presupuesto federal no está equilibrado todavía. Pero la Oficina Presupuestaria del Congreso ha sumado los totales para el año fiscal 2014, cerrado a finales de septiembre, y confirma que se mantiene la caída del déficit de los últimos años. Todavía oímos a los políticos despotricar contra los “déficits de billones de dólares”, pero el del año pasado no alcanzó el medio billón —o, una cifra más significativa, solo el 2,8% del PIB— y sigue cayendo.

¿Dónde están entonces los desfiles con serpentinas? O ya puestos, ¿dónde están las noticias de portada? Después de todo, el debate sobre los males causados por los déficits y sobre el grave peligro fiscal al que se enfrentaba Estados Unidos dominó Washington durante años. ¿No deberíamos ahora celebrar el hecho de que la supuesta crisis esté superada?

Pues no, no lo celebramos, y en cuanto uno entiende por qué, entiende también a qué se debía toda la histeria fiscal.

En primer lugar, los estadounidenses de a pie no celebran el descenso del déficit porque lo desconocen.

Y esa no es una mera conjetura mía. A comienzos de este año, YouGov presentó a los estadounidenses una encuesta sobre cuestiones fiscales, preguntando entre otras cosas si el déficit había aumentado o descendido desde que Obama asumió el cargo. (Por si alguien lo pregunta, los entrevistadores explicaron cuidadosamente la diferencia entre los déficits anuales y el nivel de deuda acumulada). Más de la mitad de los entrevistados contestó que había aumentado, mientras que solo el 19% dijo correctamente que había descendido.

¿Y por qué no lo sabe la ciudadanía? Probablemente por el modo en el que buena parte de los medios de comunicación presentan esta y otras cuestiones, destacando las malas noticias y minimizando las buenas, si es que llegan a darlas.

Los estadounidenses de a pie no celebran el descenso del déficit porque lo desconocen

Esto salta a la vista en el caso de la reforma sanitaria, donde cualquier problema con la Ley de Atención Asequible ha salido en los titulares, mientras que en los medios de derechas —y en cierta medida en las fuentes de información convencionales— la evolución favorable pasa inadvertida. Como consecuencia, muchos —incluso, de acuerdo con mi experiencia, los progresistas— tienen la impresión de que la puesta en marcha del Obamacare ha sido un desastre, y no tienen ni idea de que la afiliación ha superado las expectativas, los costes son menores de lo esperado y el número de estadounidenses sin seguro ha caído drásticamente. Seguramente algo similar ha ocurrido con el déficit presupuestario.

¿Pero qué decir de quienes prestan mucha atención al presupuesto, los autoproclamados halcones del déficit? (Algunos preferimos llamarlos cascarrabias del déficit). Se han pasado años diciéndonos que los déficits presupuestarios son el problema más importante al que se enfrenta el país, que nos ocurrirán cosas terribles a no ser que pongamos medidas para parar el chorro de números rojos. ¿Se muestran ahora satisfechos por la desaparición de esa amenaza?

Ni mucho menos. Lejos de celebrar el descenso del déficit, los sospechosos de rigor —fundaciones de cascarrabias fiscales, expertos de Washington— parecen molestos por la noticia. Es una “falsa victoria”, declaran. “Los déficits de billones de dólares volverán”, advierten. Y están furiosos con el presidente Obama por declarar que es hora de superar la “austeridad irreflexiva” y las “crisis fabricadas”. Afirma que la misión está cumplida, dicen, cuando debería estar promoviendo otra reforma de los sistemas asistenciales.

Todo lo cual demuestra una verdad que lleva un tiempo a la vista para cualquiera que se fijase: a los cascarrabias del déficit les encantan de hecho los grandes déficits presupuestarios, y odian que esos déficits disminuyan. ¿Por qué? Porque el miedo a una crisis fiscal —miedo que ellos alimentan asiduamente— es la mejor esperanza de conseguir lo que realmente quieren: grandes recortes de los programas sociales. Hace unos años casi lograron convencer al país, a base de presiones, de que redujese la Seguridad Social y/o aumentase la edad para tener derecho al Medicare, la asistencia sanitaria gratuita para mayores; incluso tenían esperanzas de convertirlo en un programa de cupones mal financiado. Ahora esa ventana de oportunidad se está cerrando con rapidez.

¿Pero acaso no es la caída del déficit un destello poco duradero, con una perspectiva a largo plazo tan horrorosa como siempre? La verdad es que no. Ahora mismo la caída del déficit está relacionada en gran medida con un fortalecimiento de la economía junto con algo de esa “austeridad irreflexiva” que el presidente condenaba. Pero también se ha ralentizado drásticamente el crecimiento del gasto sanitario, y si eso sigue, la perspectiva fiscal a largo plazo es mucho mejor de lo que cualquiera hubiera creído posible no hace mucho. Sí, las actuales proyecciones siguen mostrando que dentro de unos años aumentará la relación deuda-PIB, y que dentro de una generación se experimentarán niveles incómodos de endeudamiento. Pero dados los peligros claros y presentes a los que nos enfrentamos, es difícil entender por qué esa perspectiva distante e incierta debería convertirse en prioridad política.

Digamos por lo tanto adiós a la histeria fiscal. Ya sé que a los cascarrabias del déficit les está resultando difícil dejarlo pasar; siguen intentando volver a los tiempos en los que Bowles y Simpson [presidentes de la Comisión Nacional para la Responsabilidad y Reforma fiscal] cabalgaban a horcajadas sobre Washington como colosos. Pero esos días no van a volver, y deberíamos alegrarnos.

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